martes, 10 de noviembre de 2015

MARY Y MAX: UNA AMISTAD SIN LÍMITES

Mary y Max, es de ese tipo de películas de las que vale la pena escribir. Aunque su estreno no fue muy sonado ni llego a nuestras salas peruanas, cabe decir que Mary y Max es mucho mejor que cualquier película con gran campaña publicitaria.

Este film dirigido por Adam Elliot y ganador de un premio Oscar en el 2009, cuenta la historia de una pequeña niña australiana que al verse se siente fea, con unos padres que nunca le prestan atención y cuyos únicos amigos son un gallo y unos muñecos creados por ella misma. Dado su pobre ambiente social, Mary decide a nivel experimental, mantener una amistad a través de cartas con un ciudadano de Nueva York escogido al azar, un tal Max, que vive solo y al igual que ella, no tiene amigos (salvo uno imaginario). Max acude a sesiones para perder peso y luego de ellos vuelve su adicción al chocolate.


Entre estos dos personajes se contruye una relación profunda que pasa por distintas fases como la ilusión, la esperanza, la alegría, el perdón y finalmente la aceptación. Una amistad llena de defectos y virtudes que ni el tiempo parece que pueda acabar con ella.

Mary and Max cuenta una historia tan difícil, tan madura y tan triste que creo que hace falta una cierta edad para entenderla del todo. Esta película trata sobre el amor, pero no ese tipo de amor que se entrega a una pareja sino el amor propio, el amor a uno mismo. Esta película te enseña a convivir con tus defectos, a aceptarlos como parte tuya y a mejorar aquellos aspectos con los que no te sientes a gusto; de tal manera que solo así conseguirás ser feliz.


Mary and Max es casi perfecta porque toca temas en los que nos podemos ver reflejados de una manera clara y sencilla, a través de la mirada de una niña y de la percepción de un adulto con problemas de relaciones personales. Es una de las pocas películas que al terminar de ver he tenido ganas de volver a ponerla de nuevo. Tanto por su historia como por la delicadeza con la que se desarrolla la trama, así como por la capacidad que tiene de llegar a emocionar sin espectacularizar el drama.




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